jueves, 26 de septiembre de 2013

De amor y de sexo ( capítulo 5 )

                                                             
                                                La resaca




     Manu se sentía como el protagonista de aquella famosa película de los años 90, se sentía el rey del mundo. Antes de conocerla a ella pensaba que había tocado fondo y ahora creía caminar sobre una nube y aunque sabía que antes o después tendría que volver a pisar sobre tierra firme pretendía posponerlo el mayor tiempo posible.
  No tenía empleo estable así que trataba de ganarse la vida como podía: Haciendo recados, sacando a perros a pasear, repartiendo publicidad e incluso escribiendo cosas por encargo pues siempre se le dieron mejor los textos que las conversaciones.
  No pasaba demasiados apuros económicos para vivir, pues contaba con la ayuda familiar, pero le entristecía y enojaba al tiempo no poder permitirse el tener un detalle con su amada.
   Un detalle de esos que suelen gustar tanto a las mujeres como regalarle un ramo de rosas sin tener que esperar a que fuese una fecha especial, simplemente para verla sonreír, ver ese brillo de ilusión en sus ojos que tanto le gustaba.
  Mas ahora no pensaba en eso pues en su cabeza solo había lugar para la dicha tras haber pasado la mejor noche de su vida, las endorfinas casi no le cabían en el cerebro.
  Era feliz por primera vez en mucho tiempo quizás por primera vez en su vida pues acababa de hacer el amor con una chica a la que no solo admiraba como mujer sino que admiraba como persona y eso era algo que nunca la había pasado.

     Carmen, por su parte, se sentía bien pero nada más pues el hecho de gustar tanto a alguien, de sentirse tan deseada y admirada no le sienta mal al ego de nadie.
 Manu no era el único hombre que la deseaba, ni mucho menos, pero veía tanto amor en sus ojos cuando la miraba que se sentía sumamente halagada y, aunque no estaba enamorada de él, le quería por ello pues sus atenciones y sus inseguridades desertaban su ternura y su cariño.
  Ella era una mujer de su tiempo y le gustaban las cosas que le gustan a las chicas de su edad, se sentía igual de bien en compañía de hombres y de mujeres, de jóvenes y viejos pues tenía un don de gentes excepcional.
  Él era un anacronismo viviente que conectaba más y mejor con niños que con adultos, se sentía más cómodo con mujeres que con hombres, con jóvenes que con personas de su edad y era de los pocos que aun creían que el honor y la lealtad eran la base de toda relación.
  Eran tan diferentes que algunos dirían que no tenían nada en común y por lo tanto no podían entenderse, eran tan diferentes que otros dirían que estaban hechos el uno para el otro pues se complementaban, que por separado eran valiosos pero juntos no tenían precio.

     Esa noche habían vuelto a quedar pero sin formalismos, darían una vuelta para tomar el aire y charlar y después irían a una disco a bailar un poco que era algo que a ella se le daba muy bien y a él no tanto.
  Ya estaban, de hecho, moviendo la cintura al ritmo que dictaba la música y ella se movía como un cisne, él como un pato mareado, ella parecía brillar con luz propia atrayendo todas las miradas del personal que les rodeaba, él trataba de no estorbar demasiado.
  No paraban de bailar, beber y reír, ella disfrutando del momento como hacía siempre, él pensando en lo que vendría después y no veía la hora de recogerse para volver a tenerla entre sus brazos, para volver a saborear sus efluvios.



                                                              Continuará...

  

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