Henry Backman era un hombre sencillo de gustos sencillos: Le gustaban las hamburguesas con queso y una buena loncha de bacon, dar de comer a las palomas en Central Park mientras se sienta en un banco a leer el periódico y mirar como juegan los niños, especialmente como juegan las niñas y mueven sus cuerpecitos de esa forma tan erótica para él.
Cada mañana, antes de ocupar su puesto de trabajo en la oficina de correos , sita entre la 8ª y Maine, se da un paseo por las inmediaciones de algun colegio cercano de educación primaria.
Esas faldas tan cortas, esas blusas tan blancas, que se transparentan con tanta facilidad, hacen que Henry se estremezca y se excite sobremanera.
A sus 56 años Henry nunca ha estado con una mujer en la cama, le parecen demasiado impuras, demasiado sucias no le gusta pensar que otros hombres las ha tocado, que otros labios las han besado, que otros penes las han penetrado.
Es un hombre apocado, tímido, que no suele hablar con nadie más de lo imprescindible, su tiempo libre lo dedica a escuchar discos de Frank Sinatra o Billie Hollyday, hacer solitarios, coleccionar latas de cerveza... pero cuando tiene suerte la mujer que vive en el edificio frente al suyo olvida cerrar las cortinas de la ventana del baño antes de meter a su niña de 7 años en la bañera. Ahí es cuando Henry puede disfrutar de verdad de su tiempo libre, usando sus prismáticos puede deleitarse la vista y masturbarse sin temor a ser descubierto.
Mas hace tiempo que eso no ocurre y el verano en Nueva York puede ser asfixiante por lo que está más inquieto y nervioso que de costumbre así que no puede dormir y decide salir a caminar.
Son las 2:15 horas de un día laborable por lo que nadie le va a molestar, vive en un barrio tranquilo sin bandas armadas ni camellos ni furcias ni proxenetas.
Después de recorrer unas cuantas calles, sin rumbo fijo, se para frente al escaparate de una tienda de televisores a mirar las noticias y entonces una pequeña figura se refleja en el cristal, alarmado y el sobresalto inicial se transforma en alegría ante lo que ve ante sí...
Su oronda cara sin afeitar se ilumina con una sonrisa al ver a una niña menuda de cabello cobrizo largo y con flequillo demasiado largo quizás pero con un rostro angelical de tez rosácea salpicada de pecas y unos enormes ojos verdes y lo mejor de todo es que está completamente desnuda.
Henry mira en derredor suyo, se cerciora de que no hay nadie antes de empezar tratar de convencerla de que le acompañe, piensa en como hacerlo, en que palabras usar para que la pequeña no se asuste y no grite.
Mas no hizo falta nada de palabras ni caramelos ni promesas de regalos para ganar su confianza pues la niña le coge de la mano y le insta a que la siga hasta el callejón más cercano a donde se encuentran y una vez allí, con la voz temblorosa por la excitación y el deseo, el hombre orondo comienza a decir:
- Nena, eres muy bonita aunque estás algo sucia.. Si juegas un poco con mi cosita te llevaré a mi casa para que te duches y huelas bien, ¿ Que te parece, cielo ? -
- ¡ Voy a comértelo todo ! -
Fue la respuesta de la infante mientras le suelta el cinturón y le abre la bragueta, le baja los pantalones y los slips dejando al descubierto su pene en erección. Henry se prepara para el mayor éxtasis de su vida y cierra los ojos aún sin creer que la suerte le esté sonriendo de esta manera, mas lo que experimenta no tiene nada que ver con el placer sino con el dolor más espantoso que ha sentido nunca...
Abre los ojos y horrorizado puede ve que los ojos y la nariz de la niña han desaparecido sustituidos por una enorme boca que le ocupa toda la cara.
Una boca sin labios repleta de enormes dientes de una forma y tamaño que le recuerdan los de un tiburón. Unos dientes que mastican lo que queda de los atributos viriles de Henry, dientes completamente rojos por la sangre que les chorrea.
Henry trata, cubriéndose con la mano, de parar la hemorragia pero la sangre mana a borbotones, del lugar donde estuvieron sus testículos y su pene, en una cascada imparable.
El pánico le da fuerzas para empujar a la niña y apartarla de su camino asestándole un fuerte puñetazo en el rostro y consiguiendo así salir del callejón a trompicones, renqueante... Pide ayuda al conductor de un vehículo que circulaba en ese instante por ahí y al levantar la mano para llamar la atención del conductor se da cuenta que la mano con la que golpeo a la criatura tampoco está. otra amputación y otro manantial de sangre y tras eso la oscuridad.
Tras semanas de operaciones, sesiones de terapia psicológica, interrogatorios policiales en los que describió lo mejor que pudo al " perro salvaje " que le atacó Henry puede marcharse a casa a dormir en su cama, por fin.
No se siente ni alegre ni tan siquiera aliviado pues aunque los médicos han hecho un gran trabajo de reconstrucción colocándole una especie de tubo que le permitirá miccionar y hacer vida normal ha perdido su masculinidad para siempre.
Le han hablado de apósitos ortopédicos , de miembros artificiales con los que podría hacer vida de pareja pero eso no le interesa. No quiere una pareja a la que dar placer, no, él quiere una niña que le de placer o que le permita auto satisfacerse con su imagen y eso se acabó para siempre.
Se prepara un sándwich de pollo y ve la Ruleta de la Suerte en televisión sin mucho interés antes de marcharse para la cama.
Se toma su medicación para poder dormir mientras piensa: " Ojalá hubiera algo para evitar soñar, para evitar esas pesadillas ".
Pero las pesadillas vuelven cada noche y esta no es una excepción: Esta vez no sueña con lo ocurrido en aquel funesto callejón, esta vez sueña que la criatura está ahí en su cama, agazapada sobre su torso como un depredador a punto de abalanzarse sobre su garganta.
Entonces Henry se percata de que está completamente despierto y siente una respiración que se acerca a su cuello y oye una voz infantil que le susurra al oído:
- " Esta vez sí que voy a comértelo todo, absolutamente todo " -
Fin del capítulo uno.