martes, 9 de julio de 2013
La princesa y el unicornio
La princesa de cabellos de oro cepillaba su larga melena frente al espejo de su tocador. Un halo de tristeza ensombrecía su bello rostro, su pálida tez reflejaba la luz de la luna que invadía su alcoba a través de la ventana.
Se sentía afligida por todo lo que se avecinaba en las fechas venideras: Su padre el rey vivía sus últimos días en el mundo terrenal, se negaba ya a levantarse de su lecho y mucho menos a salir de sus aposentos. Parecía así querer acelerar la llegada de La Parca como la única forma de poner fin a su temida enfermedad: La vejez.
Eso obligaba a la princesa dorada a tener que desposarse pues todo reino necesita un rey. Un reino si un monarca incita al caos, a luchas por el poder internas e incluso externas. Ella no estaba dispuesta a poner en peligro siglos de paz y estabilidad, si tenía que sacrificar su felicidad personal por el bien de su pueblo, lo haría sin dudar.
Mas la elección no era fácil, abundaban los candidatos, pues la belleza de la joven era cantada por trovadores de todos los reinos vecinos, pero todos eran altivos, prepotentes, pagados de sí mismos. Pensaban que sus tesoros, sus caros ropajes, su rancio abolengo, sus posesiones territoriales, y en algunos casos su atractivo físico, bastaban para hacer caer rendida a sus pies a cualquier mujer, fuese princesa o no.
Sin embargo no era así en esto caso pues ella necesitaba más de lo que no podían darle que de lo que sí. Necesitaba que la hicieran reír, que le aportasen más pasión emocional que física necesitaba ternura, cariño, comprensión... Algo que parecía muy improbable de conseguir entre la alta alcurnia algo que sí parecía que pudiera aportarle el bufón de la corte, tan guapo como divertido, tan sensible como honesto.
Mas eso era inviable nunca una heredera al trono se había desposado con un plebeyo, sus sentimientos deberían supeditarse a su deber para con su pueblo.
Y su deber no era otro que elegir uno de los príncipes de los reinos vecinos como consorte y cumpliría con ese deber aunque este le quitara el sueño.
Sabedora de su imposibilidad de poder dormir esa noche, con tanta pesadumbre, decidió salir del castillo y caminar sin escolta por los bosques aledaños.
Necesitaba sentir la brisa fresca en su rostro, oler los efluvios de la vegetación y oír los sonidos de la madre naturaleza: el ulular del viento, el concierto nocturno de los grillos, el canto del búho...
Caminó y caminó hasta perder la noción del tiempo y el espacio: Se había perdido y le era imposible encontrar el camino de vuelta a pesar de que la luna, más llena que nunca, alumbraba tanto que se podía ver casi como si fuera de día.
No podía encontrar ninguna señal, ningún rastro que le sirviese para, al menos, intuir el camino que debía seguir.
Comenzó a andar más deprisa, tratando de encontrar una solución a su problema, cuando el aullido de un lobo solitario convirtió su paso acelerado en una carrera.
Corrió, con el corazón cada vez latiéndole con más fuerza, sin saber a donde se dirigía ni por donde iba hasta que se adentró en un claro desconocido para ella hasta ese momento.
Al instante se sintió más calmada, su miedo desapareció pues en el claro había un arroyo de aguas cristalinas y de esas aguas bebía una criatura mágica, un animal majestuoso...
Había oído historias sobre seres así en su infancia, se las contaba su padre cada noche en su lecho tras morir su madre víctima del tifus, pero al crecer nunca pensó que pudieran existir y mucho menos que llegaría a tener a uno ante ella.
Era un unicornio sin lugar a dudas pues no podía confundirse con un caballo, no sólo por el cuerno que coronaba su frente sino por el tamaño ( era más grande que cualquier équido conocido ), por la gracilidad de sus movimiento y por su mayestático porte.
Su cabeza, su piel y sus crines eran blancas y la luz de la luna le hacía brillar como con un aura dorada. No tuvo miedo de acercarse a él pues era tal su belleza y sus ojos brillaban con tanta calidez e inteligencia que además se atrevió a acariciarlo.
Nunca había tocado nada tan suave, ninguna de las lujosas alfombras de palacio, ninguno de sus ropajes, hechos con la mejor de las sedas traídas de oriente, podían equipararse a su brillante piel.
El animal dobló sus patas delanteras y se arrodilló invitándola, de este modo, a subirse a su lomo algo que hizo sin dudarlo ni un solo instante.
El unicornio comenzó a caminar, a trotar y finalmente a galopar mientras que la joven princesa suspiraba: se sentía cada vez mejor, se sentía tan bien, tan a gusto, tan a salvo a lomos de ese ser mágico que no quería bajarse nunca.
Justo cuando más a gusto estaba, cuando un segundo suspiro asomaba en sus labios de rubí su transporte se detuvo. Se
Se volvió a arrodillar para que ella se apeara y con un estremecedor relincho a modo de despedida y se marchó perdiéndose en la negrura de la noche.
Encontrábase delante de su castillo, la había traído de vuelta a casa, de vuelta a sus tribulaciones, de vuelta a su áspera realidad.
Entró con la intención de volver a su alcoba para tratar de dormir y descansar algo cuando oyó música y jolgorio en la sala del trono.
Se estaba celebrando una fiesta, un banquete de boda y en el trono sentado se hallaba un hombre que apenas pudo reconocer sin sus mallas y su gorro de cascabeles, sustituidos éstos por un lujoso traje y una corona.
Al instante supo que el ágape era en su honor, que el otrora bufón de la corte era ahora su recién desposado consorte y su rey.
No sabía si su vida anterior a esa noche, al encuentro con el ser mágico había sido una pesadilla o si lo que vivía ahora era un sueño mas no le importaba en absoluto.
Estaba dispuesta a disfrutarlo y así lo hizo pues su matrimonio fue feliz, su reinado fructífero y el pequeño reino gozó de paz y estabilidad antes nunca vistos.
En cuanto al unicornio nadie volvió a verlo o al menos a confesar haberlo visto y la joven reina tampoco lo hizo ni siquiera a su marido pues temía que si hablaba de ello la magia se rompería y todo su sueño cumplido se vendría abajo como un castillo de naipes, guardó el secreto hasta el día de su muerte y eso le permitió llevar una vida larga y plena, su discreción y su prudencia le permitió ser feliz por siempre jamás.
FIN
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solo una persona con una sesibilidad extrema podria escribir algo tan hermoso y tieno
ResponderEliminargracias cariño,y solo una persona tan sensble e inteligente podría apreciarlo
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