Manuel se encontraba en el ciber-café que solía frecuentar desde hacía, ya, algún tiempo. Trataba de desenvolverse lo mejor posible en ese mundo cibernético que le era tan esquivo. Se sentía de otra época, una época de pizarras y tizas, agendas de papel, máquinas de escribir... Una época en la que lo más electrónico que conocía era la maquinita de matar marcianos del bar de la esquina.
Aún así se esforzaba en navegar, sin embarrancar, tratando de dominar a ese pequeño artilugio con nombre de roedor, que no siempre hacía lo que el le ordenaba. Definitivamente, la informática no era su punto fuerte ni tampoco el verdadero motivo de que estuviese allí.
La verdadera razón se hallaba al otro lado de la barra del establecimiento: La empleada era la chica más bonita que había visto nunca ( y había visto muchas pues ya tenía una edad ). La primera vez que entró y la vió el tiempo pareció detenerse, apenas podía hablar, apenas podía oír .. Solo podía mirarla, solo quería mirarla.Mientras tecleaba frases inconexas, miraba la pantalla del ordenador con poco interés y de soslayo a la chica con todo el interés del mundo. Esos ojos como zafiros azulados, esa dorada melena que le rememoraba al vellocino de oro por el que Jasón y sus argonautas arriesgaron sus vidas, le hacían desear vivir en otra era. Una era de caballeros, de héroes y guerreros en la que hubiese tenido la ocasión de surcar mares y océanos de enfrentarse a monstruos marinos, a dioses furibundos, a mágicos dragones.. Hacer lo que fuera para conquistar el amor y la admiración de una dama como esa. En vez de eso tenía que batallar con ese pequeño ratón mecánico tan revoltoso y eso no tenía nada de heroico.
Ensimismado en sus pensamientos soñando con aventuras de capa y espada perdió la noción del tiempo. El reloj estaba a punto de marcar la medianoche, tampoco se percató de que no quedaba ningún usuario más en el local, de que todos los demás ordenadores estaban apagados ni de que las persianas metálicas estaban bajadas y la puerta cerrada. Mas algo le hizo salir de sus divagaciones, algo gélido en el ambiente y era verano no tenía porque hacer tanto frío.
Se levantó, miró por encima del mostrador esperando que ella estuviese ahí recogiendo algo del suelo. No había nadie pero sí había algo: una sustancia viscosa formaba un charco de color ocre y trozos de lo que parecía ser piel humana flotaban en él. Mechones de áureo pelo ensortijado alfombraban el suelo.
Sintió un escalofrío en la nuca pero no era una sensación, era algo físico. Algo estaba goteando sobre su cabeza, algo frío y pegajoso.
Alzó la vista y el terror le petrificó: Un enorme reptil, un ofidio de piel rosada e intensos ojos azules le miraba a escasos centímetros de su rostro.
Sus dimensiones eran imposibles, eran impensable que pudiera mantenerse adherida al techo un ser tan colosal. Parecía violar la ley de la gravedad pero ahí estaba la madre de todas las serpientes, abriendo sus fauces capaces de tragarse a un caballo de un solo bocado, Acercándose, centímetro a centímetro, lenta e inexorablemente.
El tiempo pareció detenerse, para Manuel, no podía gritar, no podía moverse. Solo podía mirarla, solo quería mirarla.
Un mes después:
Un joven estudiante tecleaba incesantemente en el ordenador del ciber-café. Tenía que terminar un trabajo y entregarlo al día siguiente. El tiempo se le echaba encima, se acercaba la hora del cierre del local. Solo quedaban él y la bella empleada, la cual le miraba fijamente sin que él se percatase de ello.
Cuando, al fin, alzó la mirada de sus papeles y sus miradas se encontraron,
la chica le dijo con una sonrisa tan bella como fría, tan dulce como siniestra.
" No tengas prisa, hoy voy a quedarme hasta tarde. Me toca hacer balance mensual. ¿ Quieres cenar conmigo ? "
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